Por Indiana Gnochinni
Directora Museo Municipal de Bellas Artes Tandil
Cuando nos situamos en la obra Ricardo, sentimos el trabajo de quien somete la naturaleza a procesos de transformación, pero que, en cuyo término ambos, obra y artista, resultan modificados. Los totems metálicos o de madera, son en su enigmática e indescriptible presencia, testigos de una sabiduría que la ciencia no puede explicar, estas figuras encierran simbologías que remiten a apropiaciones entre la prehistoria y el arte contemporáneo.
A partir de esta identificación formal, también aparecen fragmentos, donde el reconocimiento-ocultamiento de la procedencia de los objetos en juego, nos plantea un verdadero bricoleur: se vale de elementos ya hechos como clavos, cables, alambre, cartón o elementos del mundo natural como caracoles, piedras, a los que ensambla en una operación de maquillaje, que el espectador se complace en descubrir, o por el contrario provocan en otros casos, un acento visual, directo en la obra.
En su búsqueda el artista aborda aspectos complementarios, con una vasta amplitud de recursos, esculturas en madera-hierro, pinturas, objetos e instalaciones, con unos bríos que nos remiten a lo cósmico, a los fenómenos paranormales, a las energías de la naturaleza.
El espíritu de Ricardo sobrevuela, sobre los secretos que atesoran sus objetos encontrados del mundo conocido, exponiendo las rarezas de lo mineral y vegetal, en un engranaje que despliega curiosidades. Esto genera un nuevo orden donde lo lúdico se incorpora como un elemento necesario de esa mecánica.
En síntesis su propuesta nos esboza una ruptura de lo establecido, de los determinismos, para trascender tiempos y espacios, para dialogar con imágenes nuevas, aun cuando están cargadas de otros significados. Son una serie de objetos que, al entrar en relación viajan de un medio a otro, trasgrediendo, jugando con los limites, “Desde el borde”.